Artículo de D. Miguel Ángel Dionisio, adjunto a la dirección del archivo diocesano del Arzobispado de Toledo
La devoción a la Virgen de Guadalupe, tras el hallazgo de la imagen y la promoción del santuario por el rey Alfonso XI, hizo que muchos peregrinos se lanzaran a los caminos, acudiendo a rezar ante Santa María, sorteando todo tipo de dificultades.
Los arzobispos de Toledo promovieron dicho culto, y entre ellos destacó, en aquellos primeros años, la figura de don Pedro Tenorio, quien hizo realidad su denominación de pontífice, “el que construye puentes”, pues en Toledo restauró el de San Martín, y en el camino a Guadalupe hizo construir uno, que dio nombre a la actual población de Puente del Arzobispo, la Villafranca de la Puente del Arzobispo, dotada de fuero y en la que mandó edificar varios hospitales para atender a los peregrinos.
Tenorio fue una de las figuras eclesiásticas más importantes de su época. Inició su carrera eclesiástica en la Iglesia de Toledo, donde era canónigo en 1359. Canónigo en Zamora y arcediano de Toro, tuvo que exiliarse en Francia, al caer en desgracia ante Pedro I de Castilla. Allí aprovechó para estudiar cánones en Toulouse y después marchó a Italia, a Perugia, donde se doctoró en derecho civil y ejerció como profesor, pasando más tarde a Aviñón. Vuelto a Castilla durante el reinado de Enrique II, fue promovido a obispo de Coimbra. De esta sede portuguesa pasó a la primada de Toledo.
En la diócesis toledana se preocupó del grave problema de la unidad de la Iglesia, durante el Cisma de Occidente. Intervino en la política interna del reino, durante la minoría de Juan I, formando parte del consejo de regencia. Gran promotor de la cultura, además de la edificación de los puentes de San Martín y de la Villafranca, en la catedral de Toledo hizo construir el claustro bajo y la capilla de San Blas.
Además protegió y favoreció a la recién fundada orden de los jerónimos, que buscaba la renovación de la vida religiosa y que pronto se encargaría del monasterio de Guadalupe, convirtiendo este cenobio en un foco de fe, devoción y cultura que lo llevarían a ser uno de los monasterios más importantes de Castilla. Los jerónimos se instalaron en Guadalupe en 1389, por voluntad expresa del rey Juan I, gran protector de la reforma religiosa en Castilla. Estos monjes desarrollaron una espiritualidad contemplativa y litúrgica, alimentada de la lectura sencilla de la Sagrada Escritura, y su preocupación por una vida religiosa más auténtica inspiraría a otras órdenes más antiguas a entrar por la vía de la renovación.
Más allá de este breve bosquejo de una vida fascinante, la de uno de los más grandes prelados que han regido la archidiócesis toledana, hemos de recalcar la importancia de su obra edilicia, que favoreció la llegada de peregrinos al santuario, y permitió que el culto a Nuestra Señora siguiera creciendo. Hoy en día seguimos cruzando sobre su puente, a pie, en coche, autobús, bicicleta o motocicleta, de mil modos, pero con una misma finalidad, la de ponernos ante la venerada imagen de Santa María de Guadalupe.
Y, al mismo tiempo, podemos, evocando a aquel pontífice, considerarnos también nosotros constructores de puentes entre los hombres, pues quien acude ante la Virgen Morena, debe dejarse tocar el corazón por ella, llenarse del amor a Dios y a los demás, y, en una sociedad tan dividida como la que nos toca vivir, derribar muros de odio y enfrentamiento, construyendo puentes de fraternidad y amor.
También nosotros, peregrinos del siglo XXI, podemos, en nuestro caminar a Guadalupe, imitar, de esta manera, a don Pedro Tenorio.