El cardenal D. Pedro Segura y Guadalupe

Artículo del sacerdote e historiador, D. Miguel Ángel Dionisio Vivas

Entre los arzobispos de Toledo que a lo largo de los siglos han mostrado una especial veneración por la Virgen de Guadalupe y su santuario, destaca, sin duda alguna, la figura del cardenal Pedro Segura y Sáez, que rigió la sede primada entre 1927 y 1931. Nacido en el pueblo burgalés de Carazo en 1880, realizó una brillante carrera académica en la Universidad Pontificia de Comillas. Ordenado sacerdote en 1906, obtuvo a continuación el doctorado y en 1908 su arzobispo, monseñor Aguirre, le asignaba la atención pastoral de la parroquia de Salas de Bureba, donde sirvió como párroco rural hasta el año siguiente, cuando comenzó sus tareas docentes en la Universidad Pontificia de Burgos, en la que impartiría Derecho Canónico y Decretales. Doctor en Filosofía, en 1912 ganó la canonjía doctoral de Valladolid, siendo nombrado obispo auxiliar de esta archidiócesis en 1912. En 1920 fue trasladado a la sede de Coria, entregándose de lleno a una intensa actividad pastoral, en la que no descuidó la promoción humana y social de una comarca tan depauperada como Las Hurdes, denunciando su atraso y pobreza, visitándola en varias ocasiones y acompañando al rey Alfonso XIII en el histórico viaje que éste realizó en 1922. Los seis años de su pontificado cauriense fueron ricos en iniciativas, realizando la visita pastoral, poniendo en marcha la Acción Católica, impulsando sindicatos católicos agrarios, entronizando el Corazón de Jesús y fundando, en 1923, el diario Extremadura. Destacó Segura siempre en su gran devoción mariana, que en su diócesis se expresaba en la dedicada a la Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres, a la que coronó canónicamente.

En 1927 fue trasladado a la sede arzobispal de Burgos, donde de nuevo desplegó una intensísima labor. Inició las visitas pastorales por la catedral, el seminario y las diez parroquias de la ciudad; entronizó el Corazón de Jesús en unos doscientos hogares pobres de la ciudad y en la Diputación; creó una Casa de Venerables para sacerdotes desvalidos. Pero su paso por Burgos fue breve; la muerte del cardenal Reig, arzobispo de Toledo, dejó vacante la sede primada y don Pedro, creado cardenal por el papa Pío XI, fue preconizado como prelado de archidiócesis toledana. En su nombramiento influyó el gran aprecio en que le tenía el rey, convirtiéndole en cabeza de la Iglesia en España, con la tarea de dirigir la Acción Católica y determinar los pronunciamientos de los obispos españoles en la orientación de la actividad social y actuación pública de los católicos.

En Toledo desplegó de nuevo una actuación desbordante, sólo interrumpida por la renuncia a la sede que, tras los enfrentamientos con el Gobierno de la recién proclamada Segunda República, hubo de hacer en 1931. Promovió la celebración de un Concilio Provincial; alentó el desarrollo de la Acción Católica, como director pontificio de la misma, celebrando su primer congreso nacional en 1929, así como la primera semana nacional de consiliarios; se preocupó por la situación de los emigrantes españoles en el sur de Francia, a los que visitó para facilitarles el cumplimiento pascual; trató de mejorar la paupérrima situación económica del clero español; impulsó la erección del monumento al Sagrado Corazón de Jesús en la Vega Baja de la capital diocesana; y así un largo etcétera de iniciativas y actividades. Preocupado por la cuestión social, que afectaba a una ciudad en la que abundaba la pobreza, como era el Toledo de su época, abrió en el palacio arzobispal comedores infantiles e hizo distribuir raciones de alimentos a las familias más necesitadas.

Como sucesor de San Ildefonso, y de modo similar a lo hecho en sus diócesis anteriores, el cardenal Segura fue un gran promotor del culto y la devoción a la Virgen María. Hizo suya, tal y como señalaba en una de sus cartas pastorales, dedicada al mes del Rosario, la sentencia de San Bernardo que afirmaba que “Dios no quiso que tuviésemos nada que no pasase por las manos de María”. En la catedral de Toledo predicó sus famosas sabatinas y en 1928 coronó canónicamente a la Virgen de la Peña, patrona de Brihuega, entonces dentro de la archidiócesis toledana.

En relación a Guadalupe fue también el impulsor de la coronación canónica de la imagen de la Virgen, como Reina de las Españas, que tuvo lugar el 12 de octubre de 1928, con la presencia del rey Alfonso XIII y del nuncio Federico Tedeschini, actuando el cardenal Segura como legado pontificio. Asistieron los prelados de Valencia, Coria, Cuenca, Ciudad Real, Madrid, Plasencia, Sigüenza, Badajoz y Calahorra; el cabildo metropolitano de Toledo; numerosas autoridades y comisiones de las provincias de Cáceres, Badajoz y Toledo, así como gran multitud de fieles, unos veinticinco mil calculaba la prensa, que, en la plaza, quisieron acompañar a la Virgen. La coronación tuvo lugar por la tarde, en el atrio de la iglesia, y la realizaron conjuntamente el cardenal y el rey. Previamente se bendijo la corona, mientras la capilla entonaba el Sub tuum praesidium; a continuación el nuncio celebró el pontifical, en el que predicó el cardenal Segura, señalando lo que la Virgen de Guadalupe significaba para España y para el mundo. Tras la misa, se trasladó la imagen al atrio exterior del templo, siendo ubicada en un templete especialmente preparado, desde el que se dominaba toda la plaza. Antes de proceder a la coronación, el cardenal primado se puso de rodillas y entonó el Regina Coeli. Actuaron los coros y capillas musicales de varias catedrales, dirigidas por el maestro de capilla de la de Toledo, y ejerciendo como maestro de ceremonias el futuro mártir y beato, Justino Alarcón de Vera. La corona fue realizada por el sacerdote y artista Félix Granda y el rey puso en las manos de la Virgen su bastón de mando. La ceremonia concluyó con la procesión con la imagen de la Virgen por las calles de la Puebla. Tras la misma, se cantó el Te Deum. El primado colocó entre las vestiduras de la Virgen un pergamino, firmado por él y los demás prelados, en el que se hacía constar la fecha de la coronación y el reconocimiento de la imagen como la verdaderamente tradicional.

La figura del cardenal Segura, profundo devoto de María y activo promotor de la doctrina social de la Iglesia, nos recuerda, a quienes en este difícil año peregrinamos a los pies de María Santísima de Guadalupe, que la verdadera devoción a la Virgen no puede estar separada del compromiso con el sufrimiento humano, sea del tipo que sea, material o espiritual. El cristiano, como ciudadano comprometido con la mejora de la sociedad desde los parámetros del Evangelio, debe trabajar por edificar un mundo más fraterno, una sociedad más justa; ha de implicarse en las grandes cuestiones sociales, políticas y morales de su tiempo, buscando ser luz y sal, fermento en la masa que adelante la construcción del Reino de Dios. Pero ello no será posible sin un sólido arraigo en una vida de fe, de oración, de sacramentos. El ejemplo de María, llena de Dios, Virgen orante y meditadora de la Palabra, y por ello servidora atenta de las necesidades de los demás, sea acudiendo presta a ayudar a Isabel, sea auxiliando a unos novios en Caná, sea intercediendo por nosotros, es el modelo luminoso que se nos ofrece en este Año Jubilar.

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